Ceros y unos by Daniel Rodríguez Herrera

Ceros y unos by Daniel Rodríguez Herrera

autor:Daniel Rodríguez Herrera [Rodríguez Herrera, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Tecnología
editor: ePubLibre
publicado: 2014-04-23T04:00:00+00:00


LA GUERRA DE LAS CALCULADORAS

Sí, en los años cincuenta y sesenta se fueron extendiendo los grandes ordenadores, generalmente fabricados por IBM, tanto con fines científicos como administrativos. Pero en buena medida contables, ingenieros y otras gentes de mal vivir seguían haciendo los cálculos a mano o con la ayuda de artilugios como la regla de cálculo.

Desde la invención de las técnicas necesarias para hacer las cuatro reglas de forma mecánica por parte de Jay Randolph Monroe en 1910 y Christel Hamann en 1911, algunos fabricantes como Friden, Marchant, Facit u Olivetti se habían especializado en fabricar calculadoras más o menos portables. El más ingenioso de estos artilugios fue el Curta, un ingenio mecánico en forma de cilindro que cabía en una mano y que permitió a su creador sobrevivir en el campo de concentración de Buchenwald.

El austriaco Curt Herzstark —ahora entendemos por qué el Curta se llama como se llama— era de madre católica y padre judío. En 1938 estaba desarrollando su idea de un ingenio mecánico para hacer cálculos, heredero de la máquina inventada por Leibniz en el siglo XVII cuando se vio felizmente envuelto en el Anschluss (la anexión de Austria por Alemania). La empresa en la que trabajaba, que era la de su padre, se vio forzada a trabajar para los nazis, y él tuvo que olvidarse de su invento. En 1943 fue enviado a los campos, pero le dieron la oportunidad de salvarse si su calculadora les convencía: el plan era regalársela a Hitler cuando ganara la guerra. Pero, claro, ese momento no llegó. No obstante, con esa excusa Herzstark completó su diseño, que comenzaría a fabricar tras la guerra.

Con los enormes tubos de vacío que caracterizaron a los primeros ordenadores, la tecnología electrónica no supuso una gran amenaza para el Curta o el comptómetro, otro de los populares aparatos mecánicos de la época. Pero llegó el transistor y la cosa cambió. Pese a que el circuito integrado fue inventado a finales de la década de los cincuenta, las primeras calculadoras electrónicas que aparecieron a mediados de los sesenta aún empleaban los transistores tradicionales debido al coste de los chips, de modo que no eran aparatos de bolsillo sino de escritorio. Fue Friden la empresa que, temerosa de que se le adelantaran otros competidores y le dejaran sin negocio, puso en el mercado en 1963 la primera calculadora construida completamente a base de transistores: la EC-130, que costaba 2200 dólares, lo cual era tres veces más que los modelos electromecánicos de la época.

En 1965, la empresa de An Wang —inmigrante chino que trabajó con Howard Aiken en Harvard— puso en el mercado la carísima Wang LOCI-2, la primera calculadora programable, a un precio de 6500 dólares, ni más ni menos. Fue el comienzo de una carrera muy exitosa para la empresa. La calculadora incorporaba 1200 transistores, que fundamentalmente se empleaban para calcular logaritmos y antilogaritmos de manera muy precisa; de este modo, multiplicaciones y divisiones se convertían en meras operaciones de sumas y restas de los logaritmos de los números con los que se operaba.



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